Información científica especializada, información pública y medios de comunicación durante la crisis del coronavirus

Información científica especializada

En tiempos de pandemia esperamos que la ciencia nos proporcione información para reducir nuestra incertidumbre sobre lo que está sucediendo y sobre lo que puede suceder. Ahora bien, esta información puede que esté disponible o no. En una pandemia como la del SARS-CoV-2 hay elevada incertidumbre y profundo desconocimiento sobre el impacto de las decisiones en el resultado final.

La diferencia entre incertidumbre y riesgo fue trazada hace años por Frank Knight y John Maynard Keynes. Más recientemente John Kay y Mervyn King han propuesto una nueva definición, distinguiendo entre incertidumbre solucionable e incertidumbre radical. La incertidumbre que podemos solucionar depende de si tenemos alguna pista o información disponible (una distribución de probabilidad, por ejemplo). La incertidumbre radical es aquella en la que simplemente no podemos saber, pues no podemos describirla en términos probabilísticos; desconocemos por completo lo que sucederá. Podemos calificarla como oscuridad, ambigüedad, o incluso “ignotancia” (neologismo relativo a la cualidad de ignoto, esto es, lo “no conocido ni descubierto». A diferencia de la ignorancia, que supone desconocer algo que puede saberse, la ignotancia se enfrenta a lo no conocido). Nuestro problema fundamental reside en la tendencia a asumir que la incertidumbre radical ha quedado bajo control gracias al razonamiento probabilístico. Esto ha sucedido en muchas ciencias sociales más allá de la economía, también en la epidemiología. Creamos modelos que establecen hipótesis sobre lo que sucederá, y esto nos tranquiliza. Sin embargo, la incertidumbre subyace y se manifiesta cruelmente cuando descarta las prescripciones de futuro en numerosas ocasiones.

La información y su comunicación ejercen un papel fundamental en la toma de decisiones, pero la forma de la segunda afecta al manejo de la primera. Algunos han abordado la pandemia como si se tratara de un rompecabezas. Pero en un rompecabezas hay únicamente una solución y éste no es el caso. También se ha planteado como si se estuviese librando una batalla o una guerra contra el virus, incluso mostrando mandos militares en la emisión diaria de mensajes, creyendo presentar una metáfora convincente de la resolución de un problema de una incertidumbre colosal. Es cierto que los humanos necesitamos un relato, que alguien nos explique algo en lo que podamos creer y por ello los expertos en comunicación acuden a metáforas. Pero, una pandemia no es, ni será, una guerra.

El relato alternativo de la ciencia han sido los modelos epidemiológicos. Se ha explicado ocasionalmente el R0, el número reproductivo básico que indica el potencial de transmisión de la enfermedad. Lo que no se ha explicado eran las estimaciones finales de contagios según distintos modelos. En algunos casos se han modificado las series estadísticas, la fuente de datos o incluso su acceso. Las diferencias entre modelos han sido notables, lo que reduce su interés como relatos porque aumentan la confusión.

A pesar de ello, la estimación de un modelo epidemiológico para determinar la posible evolución de un contagio es una contribución decisiva de la ciencia para entender lo que sucede y puede suceder. El papel de estos modelos ha sido un elemento clave en la toma de decisiones políticas, aunque hayan tenido un papel secundario en la comunicación pública. Pero los datos y los modelos necesitan desagregación máxima para entender lo que sucede en las poblaciones y la geografía. En la era de la información digital hemos sido testigos de la dificultad de acceder a la información estadística elemental. La cifra de muertes o de contagios ha sido objeto de muy diferentes criterios durante la pandemia. Ha habido información abundante, veraz y falsa, útil y fútil desde una perspectiva científica.

Además, la proliferación de artículos en prepublicación y el recurso masivo a repositorios de papers formalmente aun no revisados, tipo ArXiv, contribuye a aumentar enormemente el volumen de información a considerar, sin apenas pertrechos para seleccionar entre la inabarcable oferta. La facilidad de acceso a la información hay que admitir que conlleva un peaje y es que para recibir información debemos prestar atención. Y Vincent Hendricks nos indica que la atención es un recurso escaso. De esta forma nos explica que los mercados de atención son distintos según canales de comunicación y en ellos hay unos comerciantes de la atención más o menos exitosos. Durante la pandemia han surgido voces expertas con fundamento, pero también comerciantes de la atención. La dificultad en distinguir entre unos y otros se mantendrá, ya que forma parte de la vida cotidiana.

La abundancia de documentos producidos y difundidos sin cumplir los mínimos estándares del proceso científico ha permitido a profesionales deseosos de justificación, buscadores de oportunidades de notoriedad o negocio y a todo tipo de informadores, picotear como en un bufé chino eligiendo las piezas que avalaban sus intenciones, a despecho de su validez y fiabilidad, incluso cuando habían sido ya retiradas o refutadas.

Deberíamos esperar que la información científica fuera difundida sin sesgos y que permitiera mejorar la toma de decisiones en un contexto de incertidumbre radical como el de esta pandemia. A pesar de la sensación de urgencia, la investigación durante una epidemia debe seguir ateniéndose a los mismos requisitos científicos y éticos básicos que rigen toda investigación sobre humanos. Pero la información científica de salud es tan solo un elemento para la toma de decisiones públicas en el contexto de la pandemia, que, junto a otras consideraciones, como las económicas, resultan moduladas por sus estrategias de difusión y comunicación.

Información pública

Los decisores gubernamentales han de convertir los datos que manejan, las piezas de información disponibles, en una narrativa de la situación y sus cursos de acción comprensible y razonablemente veraz. Pero raramente se comunica con pleno acierto ni se comparten los datos de modo satisfactorio. Según los análisis de varios “reputados” expertos en comunicación política, en España el Gobierno ha tenido aciertos comunicativos como los intentos de despolitización del mensaje y la elusión de la confrontación partidista en el momento, pero también fallos importantes como la cacofonía de voces, la falta de claridad, la larga extensión de las comparecencias, cierto exceso de autobombo, los retrasos y las rectificaciones mal justificadas..

Ciertamente la comunicación, además de incluir los elementos obvios emisor, canal (medio) y receptor, se produce en un contexto, y éste no es una campana de cristal al vacío. Las distintas presiones actuantes modifican la atmósfera, y con ello se distorsiona la señal que se pretende transmitir. A la incertidumbre y temor ciudadanos se han unido las diferentes tensiones que marcan nuestra vida pública, sin apenas interés en disimular el aprovechamiento que todas las partes pretendían hacer de la situación. A la descalificación a priori que, desde antes de la investidura, mantienen los partidos nacionales de la oposición, se sumaba la de las organizaciones periféricas, razonablemente indignadas por la suspensión de facto de sus competencias históricas. Únase a esto que las estructuras estatales de gobierno sanitario carecen absolutamente de práctica de gestión de servicios de salud, pues en este siglo apenas son responsables de la organización y aprovisionamiento de las plazas de soberanía africanas continentales.

En ese marco, pretender revestir de tecno-profesionalismo la comunicación pública era una estrategia previsible y razonable, pero cuya aceptabilidad dependía de su ejecutoria. Y ahí es donde se han apreciado más fallos, en la ejecución de la obra que se iba improvisando. La puesta en escena, tan importante en la comunicación audiovisual como el mensaje verbal, resultaba demasiado polifónica. El inicial exceso de solistas con atril no mejoró con la incorporación de más figurantes con atrezo propio de “La fille du régiment”, que fueron retirados demasiado tarde, tras algún molesto gallo que desafinó en demasía. Aun así, la partitura ha sido en general reiterativa, cargada de cantables cuyo texto vacío no hacía progresar la acción, pero sí la percepción de que había más voluntad de narrar que relato que transmitir. La entronización como prima donna del tenor con formación y tablas casi resultó una mejora, a riesgo cierto de convertir al renuente divo en figura de pimpampum para los intermediarios de la comunicación más hostiles.

Más acá de su representación espectacular, la aportación de información objetivable, la disponibilidad de datos, ha resultado insuficiente y errática por los continuos cambios en los sistemas de cómputo y las definiciones de los conceptos registrados. Algo comprensible en una situación imprevista, pero perfunctoriamente ejecutado y pésimamente comunicado, generando incluso desconfianza en exceso.

Medios de comunicación

En comparación con los fallos palmarios apuntados en la información pública, la actuación durante lo que llevamos de crisis de los intermediarios de la comunicación que gustan de proclamarse legítimos –básicamente los aceptados para plantear innumerables cuestiones entrelazadas en su turno de preguntas en las ruedas de prensa- resulta de dispar juicio en función de los criterios que se apliquen.

Si se considera su conatus, ese concepto popularizado por Spinoza por el que “toda cosa, en cuanto lo tiene, persevera en su ser”, su actuación ha sido de una coherencia ejemplar, pues no han omitido hacer ninguna de las cosas que suelen, por reputadamente nocivas que sean. Empezaron hablando de pandemia mucho antes de que los profesionales se lo planteasen. Como no cabe atribuirlo a una presciencia o a un mayor conocimiento experto, simplemente hicieron lo mismo que siempre que husmean una pieza con posibilidad de duración e interés noticiable. Tras empezar el año con una desmedida atención a la peripecia china, a finales de enero se siguió con inusitado despliegue de medios el “minuto y resultado” de la posible declaración de epidemia por la OMS. Declaración que cuando finalmente se produjo cubrió ampliamente las portadas españolas, mientras el común de las europeas seguía despidiendo de la Unión Europea al Reino Unido y la prensa de Andalucía o Aragón se preocupaba por la saturación en los servicios sanitarios debida a la más prosaica gripe estacional (ver figura 1). Y eso era la víspera de que en España se registrase el primer caso, transeúnte, de posible COVID-19.

Figura 1 Portadas de prensa 31 de enero 2020

Desde el día de la eclosión italiana, las portadas de la prensa y las entradillas de los noticieros eran básicamente intercambiables con las de las crisis del H1N1 o el SARS (figura 2), por más que la alerta desatada entonces fue de una magnitud desproporcionada respecto a los daños producidos por dichos microrganismos, difíciles de comparar con los inducidos por la presión mediática sobre las decisiones públicas. Recuérdese la ruinosa compra de cantidades inmensas de productos de escaso alivio para los síntomas que propició entonces una competencia acaparadora internacional, pues ningún gobernante estaba dispuesto a ser acusado de imprevisión en unas compras cuyo único beneficio indudable fue para la empresa que colocó un producto que había resultado fallido en su indicación original.

Figura 2 Portadas de prensa 22 y 23 de febrero 2020 

Desde otra perspectiva, la que considera la transmisión de información útil y relevante para la ciudadanía, la imagen es más desazonadora. Y no solo por las insensatas “reglas” periodísticas de aportar “las dos visiones” de un problema -o sea, el virólogo más puntero y un chiflado terraplanista-, por las que era usual contraponer los datos globales de un responsable oficial con las percepciones locales de un empleado de la subcontrata de mantenimiento de un centro aproximativamente sanitario tomado dizque al azar.

En esta crisis la comunidad científica ha realizado un inusitado esfuerzo por integrar saberes y técnicas para poner al alcance de cualquiera, sofisticadas herramientas de seguimiento. Algo facilitado por la disponibilidad de repositorios internacionales con los datos de base que permitían su alimentación y actualización casi en tiempo real. Por supuesto no todos los datos aportados gozan de la misma fiabilidad ni, a menudo, responden a criterios homogéneos. Pero si eso ha supuesto graves limitaciones en la interpretación por avezados analistas de datos, prácticamente ha sido ignorado por la mayoría de los medios de comunicación que han accedido a ellos, confundiendo lo emitido con “la realidad”, una metonimia del sesgo de su autopercepción.

Este meritorio esfuerzo multidisciplinar para facilitar compartir las piezas de información disponibles ha mostrado su parte más oscura en el muy extendido mal uso que se le ha dado por gran parte de los medios. En la utilización de esas masas de datos el obvio y reconocido anumerismo prevalente en la profesión periodística ha deparado momentos inolvidables de simultánea irrisión e indignación. Los sesgos son conocidos: preferencia por los números brutos con omisión de cualquier mínima regla de tres en función de la población, por lo que se destacan siempre las cifras de las demarcaciones más pobladas, imprecisión en el empleo de cocientes o tasas de uso normalizado, llamando letalidad o mortalidad o cosas distintas a lo que esos conceptos significan, descuido, pereza o incapacidad en la lectura de fuentes científicas, interpretando ad libitum conceptos inequívocos en su contexto original y utilizándolos como comparador de sus imaginativas aritméticas, etc.

A esto hay que añadir la fascinación por “la actualidad”, el “minuto y resultado”, en lugar de por las tendencias. Así se ha visto descalificar generalizadamente la adecuación de un dato a las previsiones por una irrelevante variación de centésimas, o por el desconocimiento absoluto del sentido de los intervalos de confianza. También la fascinación por una idea proteica de “la actualidad” ha llevado al ridículo de que una de las cabeceras tenidas por prestigiosas anunciase en su portada el seguimiento “en directo” del ensayo clínico de un medicamento que así pasaba a disfrutar de una demanda tan inmerecida como impotente.

Aun omitiendo la importante contribución de los medios a generar la absoluta confusión reinante sobre la capacidad, utilidad y sentido de los distintos test, resulta menos disculpable la dudosamente azarosa atención a tratamientos y vacunas futuribles de muy dispar relevancia, incluso considerando que esa cuestionable práctica es moneda corriente en las ediciones cotidianas de todos los medios en cualquier momento.

Para hacer un balance sintético de la difusión de información durante esta crisis bastaría con desempolvar la visionaria misiva del Presidente Jefferson a John Norvell en un remoto 11 de junio de 1807: “Compadezco realmente a la inmensa mayoría de mis conciudadanos que, leyendo las revistas, viven y mueren en la creencia de que se enteraron de lo que sucedía en el mundo de su tiempo.»

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2 ideas sobre “Información científica especializada, información pública y medios de comunicación durante la crisis del coronavirus”

  • Beatriz Gonzalez
    • Pere Ibern