El impacto económico de la COVID-19

En paralelo a su impacto sobre la morbimortalidad, la pandemia de la COVID-19 está causando un daño a la actividad económica que no tiene precedentes en tiempos de paz. Este artículo describe el proceso de gripado progresivo de la economía a raíz de la puesta en marcha de las medidas de mitigación de la epidemia y ofrece algunos indicadores demostrativos de la descomunal magnitud del parón. Tras un breve comentario sobre las necesarias políticas de estabilización, concluye con algunas reflexiones acerca del panorama económico que nos espera en los próximos meses.

 

Mecanismos

Los efectos de la pandemia de la COVID-19 sobre la actividad económica son resultado de dos disrupciones. La más inmediata es la imposibilidad de trabajar de aquellos que contraen la enfermedad. En este caso la COVID-19 no difiere de otras enfermedades infecciosas que generan bajas laborales como la gripe estacional. La segunda disrupción, distintiva y de mucho mayor impacto, es la causada por las necesarias medidas de contención de los contagios: el cese de actividades en una parte importante del tejido productivo y el confinamiento domiciliario.

No poder producir e intercambiar bienes y servicios recorta el flujo de ingresos que alimenta la economía y que mantiene vivas las relaciones entre empresas, proveedores y consumidores finales. Al tratarse además de un shock que afecta a los socios comerciales de España, no puede esperarse que el descenso de actividad interna sea compensado con un aumento de las exportaciones.

Como explica Alcalá (2020), a partir de esas disrupciones iniciales los mecanismos de propagación de esta crisis se asemejan a los de la llamada Gran Recesión iniciada en 2008 y cuyo origen fue la burbuja inmobiliaria. Los efectos del parón repentino en la actividad se amplifican y se extienden, por la vía de la reducción en pedidos y suministros a otras empresas y uso de factor trabajo, desde las empresas afectadas directamente por el confinamiento a sectores inicialmente menos expuestos. Estos impactos pueden ser amortiguados en función de la respuesta del sector financiero ante los problemas de liquidez de las empresas que se ven forzadas a interrumpir su actividad, aun teniendo un plan de negocio sostenible. Las condiciones de acceso al crédito van a marcar la diferencia a la hora de definir la respuesta de dichas empresas en términos de ajustes de plantilla y, en última instancia, decisiones de cierre. Inevitablemente, este panorama económico pesimista propicia el comportamiento precavido, por lo que son de esperar aplazamientos generalizados de las decisiones de inversión y consumo por parte de empresas y familias, lo cual no hace sino retroalimentar la crisis.

Como es de esperar, en este contexto de destrucción de actividad, las cuentas públicas se deterioran con rapidez debido a la reducción en ingresos impositivos y al aumento de gasto en prestaciones sociales.

Ese es el panorama al que se enfrentan todas las economías afectadas por la pandemia. No obstante, las diferencias en sus estructuras económicas pueden agravar o suavizar los mecanismos descritos. Aquellas donde los sectores intensivos en mano de obra tienen un mayor peso son a priori más vulnerables. Las del sur de Europa, en general, y la española, en particular, debido a la importancia relativa de las actividades relacionadas con el ocio, el transporte y el comercio al por menor, pertenecen a ese grupo. Otro factor que puede modular el impacto de la crisis es la facilidad para el teletrabajo, y de nuevo España parece estar en una situación de relativa desventaja. Mientras que en el Reino Unido el porcentaje de trabajos que no se pueden realizar desde casa es del 56%, en nuestro país asciende al 68%. Igualmente, debido a que el tamaño de la empresa es un factor correlacionado con la facilidad de acceso al crédito, un tejido empresarial dominado por empresas pequeñas como es el español presenta una mayor exposición a los problemas de liquidez derivados de la interrupción de la actividad. El semanario The Economist ha elaborado un índice de vulnerabilidad económica ante los confinamientos combinando estos y otros indicadores en el que España ocupa el tercer puesto (el primero es para Grecia y el último para EEUU) entre 33 países de la OCDE.

 

Magnitudes

Al cabo de pocos días del inicio del confinamiento ya había varios síntomas del extraordinario parón en la actividad económica. Por el lado de la oferta, el Índice de Gestores de Compras (IGC), un indicador del estado de ánimo empresarial reportado por los gestores de una muestra representativa de empresas, se desplomó en aproximadamente un 50% hasta situarse en 25 puntos, valor que anticipa una recesión (Banco de España, 2020). Por el de la demanda, el consumo de los hogares también se contrajo bruscamente a partir de la segunda quincena de marzo. En los primeros días del mes, la tasa interanual de crecimiento del gasto con tarjetas de crédito de los residentes en España se situaba en aproximadamente el 16%, con oscilaciones diarias que llegaron al 32% en el día previo a la entrada en vigor del confinamiento. Pero a partir de ese momento el recorte en el gasto fue tan drástico que la tasa interanual descendió hasta el -49% (Carvalho et al., 2020). Igualmente llamativo fue el descenso en el número de transacciones con tarjeta por parte de no residentes, cuya tasa de cambio interanual transitó desde el 20% al -80% a lo largo del mes de marzo, lo cual puede dar una idea del impacto de la crisis en el sector turístico (Carvalho et al., 2020). El Instituto Nacional de Estadística (INE) ha calculado que el Producto Interior Bruto (PIB) del primer trimestre de 2020 ha variado en un -5,2% con respecto al último trimestre de 2019. Cuando se considera que hasta aproximadamente tres semanas antes del cierre del trimestre la economía estaba creciendo, se revela la gravedad del fenómeno.

El impacto de la crisis en el mercado laboral también deja cifras inéditas. Con respecto al primer día de marzo, a 30 de abril la Seguridad Social había perdido 883.053 afiliados, un 4,6% del total. Pero entre los 18.396.362 afiliados de finales de abril, un 18,4% se encuentra incluido en un Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) y un 6,3% se acoge a la prestación extraordinaria por cese de actividad para trabajadores autónomos (Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social, 2020), por lo que no se pueden descartar importantes pérdidas adicionales de afiliaciones si la actividad económica no se recupera en un plazo corto.

El Gobierno de España ha estimado que la caída del PIB en 2020 alcanzará el -9,2% y prevé un crecimiento del 6,8% en 2021. No obstante, hay mucha incertidumbre acerca de la evolución de la pandemia y, por tanto, de las posibilidades de levantar definitivamente las medidas de contención. El Banco de España ha realizado estimaciones bajo escenarios alternativos de duración de las restricciones a la actividad que, en el peor de los casos, dejarían cortas las previsiones anteriores. En el caso de tener que extender el confinamiento hasta el punto en que para un número significativo de empresas los problemas de liquidez desemboquen en cierres, estima que la variación del PIB en 2020 llegaría al -12,4%, con un rebote del 8,5% en 2021 (Banco de España, 2020). La traslación de estas previsiones al mercado laboral muestra cifras preocupantes de aumento del paro. El Banco de España esperaba antes de la crisis que 2020 acabase con una tasa de paro del 13,7%. Ahora estima que en el mejor de los escenarios acabaremos con una tasa del 18,3%, y en el peor (el mencionado arriba) del 21,7% (Banco de España, 2020).

En cualquiera de los escenarios, el impacto negativo sobre las cuentas públicas será notable. Tengamos en cuenta que las previsiones para 2020 anteriores a la crisis de la COVID-19 situaban el déficit público en el 2,2% del PIB y la deuda pública en el 95,5% del PIB. Las nuevas previsiones del Gobierno de España sitúan el déficit en el 10,3% del PIB y la deuda en un 115,5% del PIB (Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital, 2020). Las cifras correspondientes en el escenario menos optimista del Banco de España son 11,0% del PIB y 122,3% del PIB respectivamente (Banco de España, 2020).

 

El momento de las políticas de estabilización

La limitación de daños al tejido productivo, la protección de los trabajadores y el estímulo a la recuperación van a depender de las decisiones de política económica que se apliquen en los próximos meses. Como bien ha advertido Antón Costas, “lo importante ahora es evitar el pánico” y que los gobiernos sigan inyectando dinero en la economía con el respaldo de los bancos centrales como compradores últimos de deuda pública. La alternativa sería entrar en un proceso de deflación de imprevisibles consecuencias sociales.

La principal dificultad para llevar a cabo esa labor de estabilización podría venir por la vía de turbulencias en los mercados de deuda que dificultasen el acceso a la financiación del Estado o llevasen la prima de riesgo de la deuda soberana a niveles prohibitivos. El papel del Banco Central Europeo (BCE) será fundamental a la hora de evitar ese tipo de problemas, como ya lo fue durante las turbulencias de 2012, y la puesta en marcha del Programa de Compras de Emergencia Pandémica (ECB, 2020) responde a esa necesidad con una capacidad de hasta 0,75 billones de euros. No obstante, el respaldo del BCE no será suficiente para reactivar la economía y para financiar las necesarias inversiones en sanidad y salud pública, a la vez que no elimina la posibilidad de ataques especulativos sobre la deuda de los países con mayor ratio de endeudamiento sobre el PIB como España e Italia (Bénassy-Quéré et al., 2020). En este sentido, la creación de un Fondo de Recuperación dependiente del presupuesto de la UE con suficiente músculo financiero, en estos momentos bajo estudio en la Comisión Europea, es un elemento deseable que, vista la imposibilidad política de mutualizar la deuda, serviría al menos para mutualizar el gasto.

 

 El mundo de ayer

La vuelta a la normalidad va a ser un proceso lento y cargado de incertidumbre, hasta el punto de que la cotidianeidad a la que volvamos, al menos hasta que dispongamos de una vacuna efectiva y accesible, será notablemente distinta a la de hace solo unos meses. La posibilidad de rebrotes seguirá minando la confianza de los agentes económicos. Ni siquiera con escenarios benignos de duración de la pandemia se vislumbra un retorno a los niveles previos de actividad y de empleo en los próximos 18 meses, y con gran probabilidad será necesario “un ejercicio de consolidación fiscal similar al realizado en la pasada década” (AIREF, 2020), léase medidas de austeridad.

En estas circunstancias, uno de los efectos económicos más perniciosos de la pandemia será la falta de oportunidades laborales para un gran número de trabajadores que han perdido, o van a perder cuando expiren los ERTE correspondientes, sus empleos en los servicios de comercio detallista, hostelería y turismo. Tampoco tendrán fácil encontrar trabajo los jóvenes que acaban este año su periodo de educación formal. En comparación con cohortes de jóvenes igualmente preparados que acaban sus estudios en épocas menos convulsas, los efectos del aterrizaje en el mercado de trabajo en un momento de crisis les supondrá un lastre en posibilidades de promoción e ingresos a lo largo de sus vidas laborales. Para los nacidos a mediados de la década de los 80, la recesión de la COVID-19 agravará los efectos de su salida al mundo laboral durante la Gran Recesión de la pasada década.

La aceleración de la implantación del teletrabajo va a requerir un proceso de adaptación cuyo éxito dependerá de las características de cada puesto, trabajador y circunstancias familiares de éste. No obstante, es previsible que la falta de contacto informal con otros profesionales en el lugar de trabajo tenga un efecto negativo sobre la innovación. No en vano, la generación y el aprovechamiento de las ideas se benefician de las aglomeraciones debido a las posibilidades de intercambios informales, que las videoconferencias difícilmente sustituirán.

La crisis de la pandemia muy probablemente acentuará el proceso de crecimiento de las desigualdades socioeconómicas. La incidencia del desempleo se va a concentrar en sectores con bajos niveles medios de cualificaciones y salarios. Asimismo, la interrupción de las actividades docentes seguramente afectará poco a niños con buen acceso a internet y familiares que pueden ayudar con las tareas escolares. No así a niños de entornos menos favorecidos. Y en ambos casos, probablemente sean las mujeres las que soporten la mayor parte del coste de adaptación a las nuevas circunstancias familiares.

Finalmente, está por ver qué efecto tendrá esta crisis sobre corrientes antisistema y nacional-populistas. Pero, si la experiencia de la Gran Recesión de la pasada década sirve de ejemplo, todo hace presagiar un recrudecimiento de dichas posturas en el caso de que las políticas públicas no consigan amortiguarla y distribuir su impacto de manera equitativa. Después de la salud y las vidas perdidas, esa potencial deriva sería uno de los legados más amargos de la pandemia.

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2 ideas sobre “El impacto económico de la COVID-19”

  • Vicente Ortún
    • Ángel López Nicolás