Además de las enseñanzas mencionadas en el anterior post sobre una comunicación veraz y transparente, el empoderamiento de las redes locales y la necesidad de flexibilizar el marco regulatorio para hacer frente a la situación excepcional, hay un cuarto aprendizaje suficientemente importante como para desear que se quede entre nosotros. Se refiere a la toma de consciencia de la necesidad de la cooperación para hacer frente a la pandemia y al valor del trabajo colectivo que hemos realizado, como sociedad y como sector, bajo el principio, indispensable, de colaboración.
El principio de colaboración
La pandemia nos ha puesto a todos como colectividad delante de una situación peligrosa para la que no estábamos preparados. En el abordaje de la situación se ha transitado de lo propio a lo colectivo. En clave organizativa, los proveedores sanitarios han superado las estrategias habituales de actuación (mi organización, mis pacientes, mis profesionales…) a estrategias con componente de colaboración: implicación de diferentes niveles asistenciales, atención en espacios nuevos (residencias, hoteles, pabellones), profesionales de distintas especialidades trabajando en UCI, compras de material colectivas, desplazamientos de pacientes de unos centros a otros…La colaboración entre niveles asistenciales, entre proveedores y también con la Administración, entre profesionales de diferentes especialidades, o de diferentes generaciones, ha sido posible porque había un objetivo común demasiado importante y peligroso para no hacerle frente. De alguna forma, la pandemia ha sacudido los principios en los que se basa la cotidianeidad de los servicios sanitarios y ha sustituido el esfuerzo individual por el colectivo, mostrando lo productivo que puede llegar a ser. Y la pregunta es: ¿cómo conservar la estrategia de la colaboración en el sector salud? El objetivo de procurar una atención sanitaria de calidad, adecuada y sostenible ¿no es suficientemente importante como para aplicar siempre el principio de colaboración?
El principio de colaboración permitiría facilitar muchas cosas que hasta ahora nos parecen imposibles:
1. Ayudaría a potenciar el rol de la atención primaria para que ocupe el protagonismo que le toca como responsable de la salud del 80% de los ciudadanos que no ingresan en centros de internamiento, ni en época COVID, ni en época normal. El espíritu de colaboración supera el enfrentamiento entre los niveles asistenciales para pasar a adecuar las funciones de cada uno a la necesidad de la población y, necesariamente, aumenta la capacidad resolutiva de la atención primaria: prescripción de oxígeno, atención a las residencias, test para diagnosticar la COVID-19, cuidados paliativos, atención domiciliaria. Si todo ello se ha hecho en la pandemia desde la atención primaria, ¿por qué no se puede seguir haciendo después? Con el respectivo incremento de recursos, desde luego.
2. Ayudaría a desplegar el rol de diferentes profesionales y el principio de subsidiariedad: el espíritu de la colaboración también impulsa el desarrollo pleno de las competencias de enfermeras y administrativos sanitarios porque impulsa la confianza para delegar funciones. No malgastemos el tiempo de los profesionales en actividades que pueden realizar otros.
3. Facilitaría la colaboración territorial entre diferentes proveedores. El espíritu de colaboración podría estimular la cooperación entre proveedores, para compartir de forma transversal los equipos de profesionales y los equipamientos, y repartir la actividad sanitaria de una forma a la vez eficiente y equitativa. ¿Es equitativo tener déficit de determinados profesionales en un centro y no en el de al lado? ¿No debería plantearse un pool de profesionales que colaboraran entre centros? Porque lo que marca la necesidad de profesionales no es lo grande que sea el dispositivo sanitario en sí, sino las demandas de la población que atiende. ¿Qué futuro le espera a un centro hospitalario pequeño si no puede retener a los profesionales que necesita? ¿No valdría la pena plantear una colaboración entre centros grandes y pequeños para ser equitativos y a la vez asegurar el desarrollo de la carrera profesional?
4. Colaboración entre proveedores y Administración. El espíritu de colaboración debería impulsar suficiente confianza entre unos y otros como para permitir una planificación sanitaria y asignación de recursos ajustados a la realidad, sin trampas. La introducción de las innovaciones es un ejemplo. ¿Es necesario que las innovaciones se introduzcan a la vez y por separado en los diferentes proveedores? (lo que, por cierto, significa atomización de casos, curva de aprendizaje lenta y poco rendimiento de inversiones que suelen ser caras). ¿No debería hacerse de forma colaborativa para ser más eficientes y comprobar realmente su beneficio? Como este hay muchos otros ejemplos en los que como sociedad saldríamos ganando con el espíritu de colaboración.
5. También colaboración entre sectores. Durante la pandemia se han creado redes de colaboración, que sorprendentemente no existían, con centros universitarios de investigación que han permitido el desarrollo de modelos predictivos del comportamiento de la pandemia. El espíritu de colaboración permitiría mantener esta red en el tiempo para poder desarrollar todo el potencial de la increíble cantidad de información que tiene nuestro sistema sanitario. Pocos países en el mundo tienen tanto big data que, sin embargo, no aprovechamos. Una explotación generosa y adecuada de toda la información podría redundar, no solo en beneficios clínicos, sino también en mejoras de la capacidad de planificación y asignación de recursos en sanidad. Un beneficio de la pandemia sería el mantenimiento y refuerzo de esta colaboración, de nuevo superando los recelos entre instituciones.
La COVID-19 ha hecho que miremos la actividad sanitaria con una nueva perspectiva: el entorno sanitario es de riesgo y debe evitarse en lo posible que acudan los pacientes. De las conversaciones con los diferentes profesionales asistenciales dos ideas emergen con fuerza: debemos evolucionar hacia un modelo de atención más virtual y debemos dejar de hacer cosas que no tienen valor. Sobre el valor que tiene la práctica clínica también se ha hablado en las unidades de críticos. Pero, el establecimiento de criterios de manejo de los pacientes graves y el abordaje de los cuidados al final de la vida son una asignatura que en nuestra cultura está pendiente de resolver. Los planteamientos éticos sobre la protección de la vida y el derecho a una muerte digna se han tenido en cuenta en el caso de la pandemia. ¿Son los mismos criterios que se utilizaban anteriormente? ¿Deberían serlo? La cuestión de la futilidad en la actividad sanitaria merece un debate amplio y sereno en el seno de nuestra sociedad. Y esto sólo se puede hacer en un entorno de colaboración y confianza entre el Gobierno, los ciudadanos y los profesionales.
La pandemia ha representado un revolcón en toda regla para la sociedad y para el sistema sanitario. De lo malo siempre se puede aprender. Pero lo inteligente después de una crisis es volver a levantarse con los nuevos aprendizajes y dejando atrás lo que no funciona. De nosotros depende que sepamos hacerlo.