¿Disfrutar de una buena salud es una cuestión de género? El caso de España y Europa

Tesis doctoral defendida el 25 de junio de 2019 en el Departamento de Fundamentos del Análisis Económico, Historia e Instituciones Económicas y el Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Valladolid, dirigida por la Doctora Carmen García Prieto (Universidad de Valladolid) y la Doctora Noelia Somarriba Arechavala (Universidad de Valladolid). Obtuvo la calificación de Sobresaliente Cum Laude. Tribunal: Rosa María Urbanos Garrido (Universidad Complutense de Madrid), Pilar Zarzosa Espina (Universidad de Valladolid), y Ana Isabel Correia Ribeiro (The Institute of Public Health of the University of Porto).

 Resumen

La existencia de desigualdades en salud entre diferentes grupos de individuos es un hecho aún vigente en nuestra sociedad. Una buena parte de estas diferencias vienen explicadas por la existencia de un gradiente social en el estado de salud. Este gradiente determina que las personas con menor nivel educativo, bajo nivel ocupacional o con un nivel de ingresos más bajo, suelen morir a edades más tempranas así como padecer más problemas de salud y referir una salud autopercibida más pobre.

Relacionado con este gradiente social existe una dimensión de género que determina que, a pesar de que las mujeres viven de media más años que los hombres, éstas tienden a declarar una salud más pobre y a presentar mayores tasas de morbilidad y discapacidad en comparación con los hombres. Este hecho, conocido en la literatura como la ‘paradoja de género en salud’, es donde se enmarca esta tesis doctoral.

Por lo tanto, hemos analizado el papel que juegan la educación, el capital social y las políticas familiares a la hora de explicar las desigualdades de género en salud en España y en Europa. Para analizar cada uno de estos determinantes, se elaboraron cuatro publicaciones científicas.

En el primer artículo analizamos el impacto de la educación superior en la percepción de la salud de hombres y mujeres para tratar de contrastar la existencia de diferencias de género y comprobar si el efecto positivo de la educación superior ayuda a las mujeres a superar la brecha de género en salud. Para ello, se analizaron los datos transversales del año 2012 de la European Statistics on Income and Living Conditions (EU-SILC) para España, y se tomó como variable dependiente la salud autopercibida de los individuos. Esto nos permitió estimar un modelo de regresión multinivel logit bivariado, reportando odds ratios. Los resultados muestran la existencia de diferencias de género en salud entre la población con menor nivel educativo en España, donde las mujeres presentaron un 15% menos de probabilidad de declarar una buena salud en comparación con los hombres. Los posibles factores que explican esta diferencia son la mayor probabilidad de trabajar a tiempo parcial y la carencia material[1] en el hogar que sufren las mujeres con este nivel formativo. En cambio, entre las personas con mayor nivel formativo (principalmente universitario), no se observaron brechas de género estadísticamente significativas. Además, se aprecia que la educación puede mejorar la percepción que tienen de su salud tanto hombres como mujeres. Por lo tanto, se concluye que las políticas dirigidas a la promoción de la educación no solo contribuyen a mejorar la salud de la población en general, sino que también ayudan a mitigar la brecha de género en salud autopercibida en España.

En el segundo artículo comprobamos si el capital social tiene un impacto diferenciado en la salud de hombres y mujeres en Europa y, si el hecho de contar con un mayor y más variado nivel de capital social, ayuda a las mujeres a superar la brecha de género en salud. En este artículo utilizamos los datos de la primera oleada de la European Social Survey (ESS) del año 2016. Como variable dependiente empleamos de nuevo la salud autopercibida de hombres y mujeres, lo que nos permitió estimar un modelo de regresión multinivel Poisson, reportando en este caso ratios de prevalencia. Los resultados apuntan a que, efectivamente, el capital social tiene un impacto diferenciado en la salud de hombres y mujeres en Europa, ya que las conexiones sociales a las que ambos tienen acceso son diferentes. Comprobamos que, entre los hombres, participar en grupos de acción social o política redujo en un 12% su prevalencia de manifestar una salud pobre, mientras que este hecho no fue estadísticamente significativo entre las mujeres. En cambio, para las mujeres y no para los hombres, contar con más personas sobre las que hablar de temas íntimos y personales fue un factor protector para su salud. Por otro lado, aumentar la participación de las mujeres en grupos de acción política o social para paliar la brecha de género en salud autopercibida podría resultar contraproducente para algunas de ellas. Dedicar menos tiempo a la familia, que es donde tienen principalmente concentradas sus redes sociales, podría dar lugar a situaciones de mayor estrés para ellas al no contar con el apoyo emocional y/o psicológico necesario para afrontar sus problemas diarios. Por lo tanto, toda acción política encaminada a la mejora de la salud a través de la promoción del capital social tiene que tener en cuenta la naturaleza de género que tiene este concepto y los estereotipos que aún existen en las sociedades europeas, es decir, los roles y responsabilidades que se asignan a hombres y mujeres de manera diferenciada.

Las diferencias de género en salud no solo se manifiestan en la salud autopercibida, sino que se extienden a más indicadores de salud como la salud mental o la esperanza de vida. Debido a ello, en el tercer artículo proponemos un nuevo indicador para medir la salud de los hombres y las mujeres en el contexto de la Unión Europea. Para ello, utilizamos los datos de la European Quality of Life Survey (EQLS) del año 2012 y estimamos este indicador con la metodología de la medida de distancia P2 (Somarriba y Pena, 2009; Zarzosa y Somarriba, 2013; Somarriba et al., 2015; Somarriba y Zarzosa, 2019). Los resultados apuntan a que la salud mental, los recursos psicosociales, la salud autopercibida y la satisfacción con la salud juegan un papel importante en la medición de la salud, al estar más correlacionados con el Indicador Sintético de Salud (ISS) estimado. Además, se observa una polarización espacial en los resultados obtenidos, donde los países del norte, sur y centro de Europa presentaron, de media, mayores puntuaciones en el indicador estimado, y una salud más pobre en los países del este europeo. También se observaron brechas de género en salud estadísticamente significativas en 19 de los 28 países analizados. Dichas brechas resultaron ser mayores en aquellos países con peores puntuaciones en el ISS.

Finalmente, el patrón territorial que se observa en las brechas de género en salud obtenidas anteriormente, nos hace sospechar que las políticas familiares aplicadas por cada uno de los países europeos podrían jugar un papel determinante en su explicación. Así, el último artículo que conforma esta tesis aborda esta cuestión. De nuevo, se utiliza la misma encuesta y la misma metodología que en el artículo anterior pero, en este caso, se estima un ISS para los hombres y otro para las mujeres, en lugar de un único indicador para toda la población en general. Además, se comparan los resultados de nuestro indicador con los resultados de la salud autopercibida, al ser uno de los indicadores más utilizados para medir la salud general de las personas. Los resultados de este artículo determinan que la salud de las mujeres es más pobre que la de los hombres, especialmente si se mide a través del ISS. Además, comprobamos que en aquellos países con un modelo de política familiar más tradicional (centro y sur de Europa), la salud de las mujeres es más pobre en comparación a la de los hombres, independientemente del indicador de salud utilizado (es decir, nuestro indicador sintético o la salud autopercibida). Sin embargo, en aquellos países con un modelo de doble ingreso (los países nórdicos) no encontramos diferencias entre hombres y mujeres cuando medimos la salud a través de su salud autopercibida. En cambio, sí encontramos que estas diferencias son significativas al emplear nuestro ISS, lo que le hace ser más sensible para medir las desigualdades de género en salud. Este hecho pone de manifiesto que las políticas de igualdad son necesarias, ya que los países que las aplican tienen mayores niveles de salud, pero no son suficientes, al detectarse aún brechas de género estadísticamente significativas.

Por lo tanto, considerar la salud como un concepto multidimensional que abarca tanto aspectos objetivos y subjetivos, es esencial para comprender mejor la naturaleza de las desigualdades de género en salud en España y en Europa. Además, todos los determinantes analizados en esta tesis doctoral nos permiten comprender mejor el motivo por el que se producen las desigualdades de género en salud así como su magnitud, con el objetivo de facilitar el diseño más preciso de políticas encaminadas hacia la igualdad que permitan que el disfrute de una buena salud, no sea una cuestión de género.

[1] Un individuo sufre carencia material en el hogar cuando no puede permitirse al menos cuatro de los siguientes nueve conceptos: ir de vacaciones al menos una semana al año; una comida de carne, pollo o pescado cada al menos 2 días por semana; mantener una vivienda con una temperatura adecuada; afrontar gastos imprevistos; disponer de automóvil; disponer de teléfono; disponer de televisor en color; disponer de una lavadora; o haber tenido retrasos en el pago de gastos relacionados con la vivienda principal o en compras a plazos en el último año.

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