En honor a Uwe Reinhardt

UN TRIBUTO A UWE REINHARDT

por Paul Krugman

El día 21 de abril de 2018, la Universidad de Princeton organizó una misa funeral para recordar a Uwe Reinhardt, uno de nuestros más grandes economistas de la salud. Yo tuve el honor de ser uno de los ponentes en esa misa y pensé que sería bueno compartir el texto que preparé para tal ocasión:

Como todos se pueden imaginar, a lo largo de los años he llegado a conocer a unos cuantos economistas. Algunos de ellos eran muy inteligentes y han hecho contribuciones intelectuales muy importantes. Otros son personas fantásticas -divertidas, entretenidas y amigables-. Para ser honesto, la superposición de estas dos categorías es menor de lo que uno podría esperar. El éxito profesional requiere tener un ego razonablemente grande -uno tiene que creer que puede ofrecer visiones y hechos que otras personas no han visto- y, a menudo, también requiere tener dientes afilados. Estas cualidades pueden ser necesarias pero no siempre encajan bien con ser una persona agradable.

Y digo todo esto porque me considero muy afortunado por haber podido conocer a Uwe Reinhardt, que tenía las dos cosas: fue uno de los mejores economistas de la salud y, además, una de las personas más agradables que he conocido. Me gustaría haber pasado más tiempo con él y con May cuando tuve la oportunidad.

¿Quién fue Uwe como economista? Yo no le conocí en su trabajo como profesor, aunque estoy seguro de que fue uno de los mejores profesores y más inspiradores que Princeton ha tenido nunca. Sin embargo, sí le conocía bien por su faceta investigadora en economía de la salud, en donde Uwe ha sido y sigue siendo increíblemente importante e influyente.

En caso de que ustedes no lo sepan, la Economía de la Salud es una disciplina tremendamente relevante que todavía, a día de hoy, no recibe la atención que merece. Todos hablamos sin cesar sobre la globalización y demás, y, sin embargo, Estados Unidos gasta más en salud que en importaciones y lo hace mucho peor: nuestro sistema de salud es enormemente disfuncional.

Aunque Uwe y yo éramos colegas en Princeton, realmente llegué a conocerle (no como alguien a quien decir hola en el pasillo) como resultado de mi otro trabajo. En 2005, yo era uno de los muchos americanos progresistas con una plataforma pública que decidió que era el momento de empujar la reforma de salud en Estados Unidos, empujón que finalmente llevó a la aprobación del “Affordable Care Act”. Pero yo tenía un problema: no sabía nada del tema. Yo no era un economista de la salud, incluso aunque me viese obligado a desempeñar este rol en la televisión.

Afortunadamente, un economista de la salud verdadero -posiblemente el mejor economista de la salud de América- estaba al final del pasillo. Así que me apoyé en Uwe para que me guiara en el camino; él fue la persona a la que consultaba y preguntaba si lo que quería escribir era estúpido (¡y a veces la respuesta era sí!).

Para entender el papel de Uwe en los debates políticos, uno necesita saber que los servicios sanitarios no son un campo para personas simplistas. Hay áreas de la economía en las que repetir eslóganes fáciles te llevan a algún sitio, pero la economía de la salud, por varias razones, no es una de estas áreas. Los aspectos que definen los sistemas sanitarios son complejos, y son, además, tozudamente inconsistentes con las rigideces propias de cualquier tipo de ideología.

Y nadie hizo más que Uwe para sacar a relucir estos aspectos.

El artículo más famoso de Uwe tenía un título poco diplomático: “Son los precios, estúpido: por qué los Estados Unidos es tan diferente de otros países”. En aquellos tiempos, era común que los políticos estadounidenses criticasen los horrores imaginarios de los sistemas de salud extranjeros. En 2008, un señor llamado Rudi Giuliani -¿qué pasó con él?- indicó que si un demócrata era elegido “podemos esperar un desastre. Podemos esperar un sistema de salud canadiense, francés, británico”.

Pero lo que Uwe mostró es que mientras Estados Unidos gastaba mucho más que ningún otro país en salud, no estábamos obteniendo mejor atención sanitaria, ni siquiera más atención sanitaria que otros países; nosotros solo estábamos pagando precios más altos. Revelar este hecho fue muy importante, y se convirtió en un tema en el que Uwe indagó en sucesivos artículos que contribuyeron a abrir el camino. Para darles una idea de las cosas que él exploró, otro de sus grandes artículos se titulaba “El precio de los servicios hospitalarios en Estados Unidos: caos debajo del velo del secreto”.

Uno puede pensar que cualquiera estaría deseando conocer la auténtica realidad del sistema de salud americano, especialmente si has estado dentro de una caverna durante los últimos 35 años. La realidad es que los debates políticos sanitarios son incluso más feos que el debate medio sobre otros aspectos de la economía en Estados Unidos. Y esto nos está diciendo algo. La razón, creo yo, es que los hechos -a los que Uwe dedicó su vida profesional tratando de encontrarlos- son inconsistentes con muchas de las formas habituales de la política ortodoxa.

Así que habría sido comprensible y perdonable que Uwe se hubiese convertido en un guerrero, de algún modo, enfadado. Lo milagroso es que no fue así. En el campo de batalla de ideas e ideologías que es la economía de la salud, Uwe fue siempre una voz calmada y razonable, diciéndole a la gente las cosas que no querían escuchar, pero sin una pizca de rencor personal. Yo me he encontrado con gente que estaba totalmente en desacuerdo con Uwe -vigorosamente e invariablemente, equivocados-. Pero nunca encontré a alguien a quien Uwe no gustase.

Y mientras sobrevivía en el medio de las tormentas intelectuales, Uwe se las arregló para ser, al mismo tiempo, algo que uno puede deducir de los títulos de sus artículos: consistentemente y tumultuosamente divertido. Todas y cada una de las charlas de Uwe que escuché, eran a la vez serias en su propósito y llenas de risas. Todo el mundo que conozco y que tuvo la ocasión de escucharle dice lo mismo.

Este era Uwe Reinhardt, el economista. Déjenme terminar con unas pocas palabras sobre Uwe, el hombre. He conocido a poca gente tan cálida, amable y divertida con quien estar. He conocido pocas parejas que parecieran complementarse tan bien como Uwe y May para hacer de éste un mundo mejor. Pero nunca he conocido ni una persona ni una pareja que los superase. Uwe fue un gran hombre, pero también un buen hombre, alegre, y su pareja de vida fue y es su alma gemela. Lo hemos perdido demasiado pronto, pero sin duda, fue una bendición haberlo tenido con nosotros.

Nota de los editores

La versión original (en inglés) está disponible aquí: https://www.nytimes.com/2018/04/22/opinion/a-tribute-to-uwe-reinhardt.html, escrita por Paul Krugman, Opinion Columnist, The New York Times. @PaulKrugman

La traducción al castellano ha sido realizada por Ariadna García Prado, Departamento de Economía. Universidad Pública de Navarra. Email: ariadna.garcia@unavarra.es

 

DIEZ SEXENIOS DE TRANSFERENCIA PARA UWE REINHARDT

por Guillem Lopez i Casasnovas

Alemán, estadounidense, con pasaporte canadiense y taiwanés por consorte. Alto y elegante él, un gentleman siempre cariñoso con la bajita, entrañable y sonriente Mei. Una pareja fuera de cánones convencionales que despertaba la atención donde fuese apareciera.

Uwe fue mi amigo. Con este texto cierro lo que han sido, ay!! signo de los tiempos, recuerdos escritos primero de mi mentor Alan Williams, después de Alan Maynard, Toni Culyer en su homenaje en vida, y ahora Uwe, post mortem. Me antecedió en el cargo de presidente de IHEA. Por aquello de que el entrante y el saliente han de mantener vínculos estrechos (lo mismo en mi salida para con Adam Wagstaff), tuve la suerte de tener contacto regular con él durante un período de seis años, visitarle en Princeton, en su universidad y hogar, y compartir con él varias estancias en España, las últimas en Málaga y en Barcelona. Uwe hablaba un inglés diáfano que entendíamos todos los ‘overseas’. Sabía cómo aproximarse a cada cual y su anecdotario de conversación era universal. Conocía su inteligencia, prestancia y savoir faire. Krugman lo llama ‘ego’, pero yo siempre creí que era esfuerzo por agradar. Era una persona intelectual más de pensamiento que de obra, que le aburría IHEA estando Getzen al mando. Su capacidad de influencia fue inmensa. A todos nos admiraban sus columnas en el New York Times. Sólo él y Maynard entraban en las consideraciones de medios como el comentado o del The Economist a través de sus artículos inteligibles en revistas que él editorializaba.

Me confesó que en Princeton su papel era algo similar al del economista camuflado. Fuera del main stream académico de la Economía encontró refugio en la Política Sanitaria a la que anclaba en lo más fundamental de la Contabilidad Nacional, la evaluación económica y la sociología, en el Departamento de Economía Política. Sin necesidad de los artilugios que podían lucir otros economistas de la talla de Feldstein o Arrow, su sentido común le aupaba a la más alta de las consideraciones, también de sus colegas.

Con los cánones actuales, ni Williams ni Reinhardt habrían conseguido posiblemente tenure en una universidad de prestigio. Pero su reino no era de este mundo. Pertenecían a la clase de lo excepcional, y por tanto trascendía a las modas y exigencias coyunturales, y su consejo era buscado por todo tipo de organizaciones tanto públicas como sin ánimo de lucro, participando en Comisiones y como patrono de instituciones de gobierno. Seguro que merecería el sexenio de transferencia que hace unos días aprobó el Gobierno para nuestras universidades.

Demócrata reformista, abogó hasta sus últimos días el Universal Health Care Coverage para todos sus conciudadanos, aunque con éxito desigual. Su muerte ahora hace poco más de un año le salvó de Trump, que a buen seguro hubiera hoy levantado sus iras.

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